El camino era largo, no tenía ningún destino pero quería apreciar
algo diferente. Salí del edificio y observé el cielo. Estaba gris y hacía que
lo lúgubre se apoderara del día y de las emociones de las personas que veía
pasar.
Algunos caminaban con la cabeza abajo, otros se detenían a mirar
el cielo y su oscuridad, algunos solo caminaban conectados en un mundo del que
no podían escapar. Con sus aparatos electrónicos o respondiendo algunas llamadas.
Cada uno con un destino. Mi destino era el más aislado.
La lluvia colmó el día de tristeza, y el ambiente se sintió aún
más tenso de lo normal, hacía frío y el viento corría furioso. Mientras caminaba
rumbo hacia el lugar, me encontré con unos ojos tristes que querían llorar
tanto como las nubes lo hacían en ese helado día de agosto. También encontré
unos labios unidos a otros bajo el torrente de agua que permitía disfrutar de
la escena. No me detuve, pero pude apreciar mucho más en esos ojos y esos
labios de lo que alguna vez pude hacer.
A cada paso que daba mis zapatos se llenaban de agua, empecé a
saltar por los charcos y a esquivar algunas grietas en el piso. Entonces entré
a otro edificio, cerré mi sombrilla y me dediqué a observar, mientras caminaba,
todo lo que me rodeaba, la civilización. Las personas que pasaban con prisa
hacia un lugar, o aquellas que se abrazaban para cubrirse del frío. Luego me
dirigí a la salida que conducía a otro espacio abierto donde podría seguir
apreciando la lluvia que caía y por fin, estar más cerca de mi destino.
Una vez afuera, caminé sobre la senda que se formó con los pasos
de aquellas personas que pasaron por allí. Que, como yo, decidieron, sin ningún
objetivo, caminar un poco más y llegar hasta donde muchos no han querido.
Allí estaba ese lugar, solitario y aislado de toda la gente, ese
lugar que en su abandono se veía hermoso y único. Permanecí por un buen rato
frente a ese puente. Las gotas que caían al lago eran como música para mis
oídos. Cada vez hacía más frío y el viento soplaba más fuerte, pero nada podía
arrebatarle la belleza a ese lugar.
Los patos, cubriendo sus cabezas del frío con sus plumas, parecían
ser su decoración. El puente, anteriormente la única vía de transporte en el
siglo XIX, era una obra de arte arquitectónica que, en la actualidad, solo dejaba
ver su belleza a través de la observación. Su estructura artística hecha en
ladrillos antiguos, su color amarillento, sus arcos que dejaban correr el río a
través de ellos, todas sus características podían definir una época, una
historia, una tradición, un pueblo, un país. Podían representar una realidad a
través de los recuerdos.
Para entender el encanto de aquel lugar se debía apreciar su
apacibilidad, la tranquilidad con la que permanecer allí no era un reto sino
más bien una satisfacción. La lluvia no me provocaba tristeza, más bien me provocaba
paz y podía admirarla todo lo que fuera necesario. El escenario que se formaba
allí uniendo el clima con la escena me producía un cierto grado de alegría.
Era hora de abandonar aquel sitio y dirigirme de nuevo a la
temible realidad de la civilización. Sabía que algún día podría regresar y
apreciar lo maravilloso de la serenidad, lo maravilloso de la calma y el
silencio, lo maravilloso del Puente del Común.
Mol
Miércoles 10 de agosto.
Miércoles 10 de agosto.
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