11 de agosto de 2016

El Puente del Común

El camino era largo, no tenía ningún destino pero quería apreciar algo diferente. Salí del edificio y observé el cielo. Estaba gris y hacía que lo lúgubre se apoderara del día y de las emociones de las personas que veía pasar.

Algunos caminaban con la cabeza abajo, otros se detenían a mirar el cielo y su oscuridad, algunos solo caminaban conectados en un mundo del que no podían escapar. Con sus aparatos electrónicos o respondiendo algunas llamadas. Cada uno con un destino. Mi destino era el más aislado.

La lluvia colmó el día de tristeza, y el ambiente se sintió aún más tenso de lo normal, hacía frío y el viento corría furioso. Mientras caminaba rumbo hacia el lugar, me encontré con unos ojos tristes que querían llorar tanto como las nubes lo hacían en ese helado día de agosto. También encontré unos labios unidos a otros bajo el torrente de agua que permitía disfrutar de la escena. No me detuve, pero pude apreciar mucho más en esos ojos y esos labios de lo que alguna vez pude hacer.

A cada paso que daba mis zapatos se llenaban de agua, empecé a saltar por los charcos y a esquivar algunas grietas en el piso. Entonces entré a otro edificio, cerré mi sombrilla y me dediqué a observar, mientras caminaba, todo lo que me rodeaba, la civilización. Las personas que pasaban con prisa hacia un lugar, o aquellas que se abrazaban para cubrirse del frío. Luego me dirigí a la salida que conducía a otro espacio abierto donde podría seguir apreciando la lluvia que caía y por fin, estar más cerca de mi destino.

Una vez afuera, caminé sobre la senda que se formó con los pasos de aquellas personas que pasaron por allí. Que, como yo, decidieron, sin ningún objetivo, caminar un poco más y llegar hasta donde muchos no han querido.

Allí estaba ese lugar, solitario y aislado de toda la gente, ese lugar que en su abandono se veía hermoso y único. Permanecí por un buen rato frente a ese puente. Las gotas que caían al lago eran como música para mis oídos. Cada vez hacía más frío y el viento soplaba más fuerte, pero nada podía arrebatarle la belleza a ese lugar.

Los patos, cubriendo sus cabezas del frío con sus plumas, parecían ser su decoración. El puente, anteriormente la única vía de transporte en el siglo XIX, era una obra de arte arquitectónica que, en la actualidad, solo dejaba ver su belleza a través de la observación. Su estructura artística hecha en ladrillos antiguos, su color amarillento, sus arcos que dejaban correr el río a través de ellos, todas sus características podían definir una época, una historia, una tradición, un pueblo, un país. Podían representar una realidad a través de los recuerdos.

Para entender el encanto de aquel lugar se debía apreciar su apacibilidad, la tranquilidad con la que permanecer allí no era un reto sino más bien una satisfacción. La lluvia no me provocaba tristeza, más bien me provocaba paz y podía admirarla todo lo que fuera necesario. El escenario que se formaba allí uniendo el clima con la escena me producía un cierto grado de alegría.


Era hora de abandonar aquel sitio y dirigirme de nuevo a la temible realidad de la civilización. Sabía que algún día podría regresar y apreciar lo maravilloso de la serenidad, lo maravilloso de la calma y el silencio, lo maravilloso del Puente del Común.

Mol
Miércoles 10 de agosto.

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